Como la mayoría de las naciones Argentina se organizo básicamente durante la segunda mitad del siglo 19 con los valores y filosofía propios del romanticismo de época, el que sirvió con su enfoque utópico de adhesivo para unir la diversidad de voluntades de su gente, es decir la forma de imaginarse esa comunidad. Esa unión se apoyó en la recuperación o creación de relatos que narran un origen o sentido histórico compartido, también entendidas como ficciones orientadoras. Esas ficciones pueden encontrase en distintos temas:

Primero, la visión de la nacionalidad en la comunidad internacional acostumbra a sostener la idea de un ancestro común, a manera de ley original que fija un linaje simbólico originario como verdadero y que vincula y representa a la nación con la tierra paterna, con la idea de patria. Sin embargo, en Argentina la existencia de diferentes oleadas inmigratorias principalmente de Europa y el deseo de parte de la población argentina de ser o estar en Europa, contribuyó a borrar continuidades con grupos nativos, negando una relación real o simbólica con las antiguas comunidades que habitaban la actual Argentina. Por ejemplo Alberdi, el mentor de la constitución de 1853 puntualiza en su libro Bases, que no hay nada útil de los aborígenes para nuestra nacionalidad. En cambio, en otras naciones cercanas se realiza un rescate distinto del pasado, como se puede ver actualmente en Méjico y Perú, donde un ancestro común, Azteca o Inca es importante en su esquema o ficción de nacionalidad.

En segundo lugar, la religión organiza en algunos contextos las identidades nacionales a pesar de tener una base supranacional. Esto no sucede sólidamente en el caso argentino. Pensemos que por un lado Argentina, llamada en sus inicios Provincias Unidas del Río de la Plata, nació en 1816 bajo las ideas de la revolución francesa y la independencia norteamericana. Estas ideas positivistas se opusieron a entregarle el manejo de la cosa pública a representantes del espíritu. Por otro lado, los padres y referentes de la nación argentina fueron en su mayoría masones y muchos de ellos chocaron visiblemente con la iglesia católica, la religión de España.

En tercer lugar, compartir la misma lengua y espacio ha contribuido a construir nacionalidades. Pero en América latina, donde la lengua oficial de la mayoría de los países es el español, no llegó a concretarse esta posibilidad por causas internas y externas de la realidad continental. Entre otros factores, esto se debió a que en la modernidad se consideró a las naciones como  unidades productivas en la división internacional de los mercados, lo que contrastaba con la idea del bloque cultural que podía haber sido una América latina unida en forma de nación.

Cuarto, el orgullo social de ser dueño de un proceso productivo exitoso podría contribuir a brindar el necesario goce colectivo que encarne la idea nacional. En Argentina, ese goce se puede detectar en las glorias del periodo exportador agroindustrial de 1880 a 1920. Pero este goce fue solo de un sector de los argentinos. Además, este proceso duró apenas algunas décadas en los doscientos años de historia argentina.

En quinto lugar, la conciencia de clase puede contribuir a generar una identidad nacional, como puede verse en la Argentina de los trabajadores de 1945 a 1955. A pesar de ello y dado que este recorte de actividad o grupo social no alcanzó al conjunto de los argentinos, no puede pensarse que para todos los argentinos la imagen del trabajador, creada por Perón, sea sinónimo de nacionalidad.

Finalmente, ideas abstractas tales como ley, democracia, constitución, democracia u objetivos aceptados por todos son referencia o parámetros teóricos de la identidad nacional en ciertas naciones. Tampoco eso sucede en el caso Argentino, donde la falta de continuidad de reglas de juego compartidas como la constitución, principalmente a partir de golpes militares, contribuyeron a bloquear esta posibilidad.

Habiendo analizado los últimos seis ítems, se puede plantear que el espacio simbólico común de los argentinos como comunidad no logra ser expresado metafóricamente por un sentido, relato o identificación integradora. Es decir, se puede pensar que es difícil encontrar ficciones compartidas o comunes denominadores entre los distintos sectores que conforman la comunidad de los argentinos.

Eso habría producido en la Argentina una restricción en la articulación de los diferentes grupos sociales a causa de sus distintas concepciones acerca de lo nacional. Por ejemplo, la clasificación entre unitarios o federales, civilización o barbarie, radicales o peronistas, civiles o militares, define no sólo una identificación política, sino también una filosofía, una forma de ser, una expresión y una lógica de lo que es la identidad nacional argentina. En este tema el Estado nacional fue determinante. Un efecto de esto es en determinados periódicos históricos el exilio o supresión física de argentinos por parte de otros argentinos, en nombre de la defensa de la nacionalidad.

Otro efecto, es la necesidad de aferrarnos a símbolos de unidad tales como la bandera o el fútbol. Símbolos que en general no clasifican al otro como un potencial enemigo.

©Sebastian Guerrini, 2009