En su mecanismo, el diseño de comunicación visual es la proyección de una imagen que representa y reemplaza públicamente algo. Esto es, crear una imagen que ocupa el papel de narrador de la identidad de ese algo, contribuyendo así a las transformaciones de la identidad de la persona que esté observando a esa imagen.

En este contexto, la imagen siempre despierta en quien la mira una historia, una que como toda historia presenta una causa, un desarrollo y un efecto, una que siempre plantea una conclusión. Esta conclusión le produce al espectador el cuestionamiento o refuerzo de la forma en que él ve la realidad, al tener el espectador que lidiar entre lo que la historia le plantea y su acostumbrada forma de ver las cosas.

Pero, ¿por qué hace esto el diseño? Porque de hecho el diseño tiene como objetivo el diseño de la persona que está mirando. De esta manera, lo que realmente el diseño está tratando de diseñar es a una persona ideal. Tan ideal que él o ella deseen lo que el diseñador pretende; que él o ella sueñen con las cosas que el diseñador proyectó y que él o ella piensen lo que los diseñadores quieren que él o ella piensen. De esta forma, esta persona llegaría a ser ideal y predecible para los objetivos que se planteó o le plantearon al diseñador.

Este planteo es más visible en el plano político, donde el diseño directamente y sin ocultamientos pretende crear individuos y culturas basados en fundamentos democráticos o totalitarios, pero siempre buscando la construcción de un ser determinado, un ser que desarrolle una existencia bajo ciertas ideas, valores y creencias pretendidas. Un ser intencionadamente pre-diseñado.

¿Quiénes son estos diseñadores? No son solo los que producen una imagen a semejanza de lo que alguien le dicta, sino quien piensa como puede crear a esa persona/espectador ideal. No son solo escultores, pintores o gráficos, sino también políticos que crearon banderas, gobernantes que definieron la creación de monumentos, funcionarios que eligieron un color con reminiscencias especiales, etc.

Como balance, queda en el campo del diseño la responsabilidad de ser parte de un engranaje que construye directa o indirectamente la identidad de individuos y sociedades. Por ejemplo, promoviendo personas y comunidades inclusivas o sectarias; afectando opiniones sobre si las diferencias entre los individuos son positivas o negativas, incluso formando ciudadanos que crean que el poder se ejerce en forma centralizada o consensuada. Ante este escenario, queda entonces la responsabilidad para el diseñador de no cerrar los ojos ante su trabajo.


© Sebastian Guerrini, 2011