El rol del diseñador es imprescindible para la vida social según hoy la entendemos. La  importancia del diseño como actividad se observa por un lado en su capacidad de cambiar la dirección de los negocios y por su presencia en los objetos e imágenes que sostienen a nuestras culturas. Por otro lado, en el interés que despierta en el presente el diseño, el cual se expresa en la cantidad de estudiantes, trabajadores y sectores a los que afecta. Sin embargo la disciplina del diseño es poco valorada y reconocida en su verdadera magnitud.

¿Por qué el diseño no es reconocido?, ¿Qué le pasa al diseño? La respuesta es que el diseño no sabe hablar.

Esto se debe a que el diseñador no es un especialista en el uso de la palabra, no es un periodista, tampoco un escritor, sino alguien que eligió expresarse desde el silencio. Ser mudo es su característica.

¿Qué hizo que el diseñador eligiera el silencio? No lo se, cada uno tendrá sus razones, pero lo que está claro es que el diseñador resignifica su mudez con su capacidad de comunicarse por medio de otros recursos, como son las imágenes y objetos que crea.

Así, el diseñador gráfico reemplaza el combinar palabras por construir imágenes: imágenes que cuentan historias, que reconstruyen y sintetizan situaciones. Imágenes que diferencian o integran representaciones y que movilizan a quien las ve, estimulando al espectador a desear cosas. Por su parte, el diseñador industrial no recita, sino que interpreta nuevas interacciones sociales, nuevas relaciones entre personas y materia, las que corporizará desde la forma de los objetos que idea, proyectando el diseñador las escenas de la vida futura de los usurarios de esos objetos.

Todo esto es muy loable, aunque al ser los diseñadores creadores mudos y ceder constantemente la palabra a otras disciplinas, están limitando a la actividad.

Esto se visualiza cotidianamente, tomemos algunos ejemplos:

Cuando quién explica la creatividad de una campaña o producto no es quien la diseñó, sino un referente de otra área.

Cuando el diseñador de un mobiliario que afecta la vida cotidiana de millones de personas es un ser anónimo o cuando las marcas parecen haber sido creadas por generación natural y no por obra de trabajadores reales y concretos.

Cuando la paga por la labor de diseño es internacionalmente menor a la de otras profesiones.

Cuando públicamente se desconoce quien diseñó objetos tan comunes como los billetes, banderas o escudos nacionales y donde parece que la historia se come al diseñador, convirtiéndose su creación en un producto de todos.

Tomemos un ejemplo: ¿quién diseñó la primer moneda y el primer escudo de su país? y en general solo hay teorías vagas como respuesta.

Pero esto es culpa de nuestra limitación como diseñadores de no usar palabras y que nuestras palabras no ocupen los medios de comunicación, ya que la palabra es la que llena el espacio público, agenda los temas y el sentido de los debate, interpreta y define roles, es decir, la que construye la realidad.

¿Qué se pierde el diseñador al no hablar? Mucho. Que el diseño sea valorado. Que sea entendida nuestra disciplina. Que nuestra seriedad, compromiso profesional y que nuestras respuestas a las demandas sociales sean reconocidas. No es poco.

© Sebastián Guerrini, 2010