Miremos esta imagen, ¿qué vemos? ¿A quien vemos? y es muy probable que veamos a una multitud y a una persona con una gran nariz y grandes ojos.

¿Por qué parece que solo vemos lo excesivo, lo diferente de esa persona y que no veamos o no recordemos al resto de quienes están allí? Lo definible como normal o como lógico, parece funcionar solo como un soporte de la significación, solo como un parámetro, las cosas particulares nos informan y significan solo desde sus excesos.

Excesos del tamaño de su nariz o sus ojos; exceso de delgadez o de pequeñez; exceso de amor o de sufrimiento. Todo parece tener relieve y jerarquía si excede lo esperable en un determinado contexto. Llamemos a alguien: a aquel de camisa roja o aquel de pelo largo.

De esta forma, vemos que el exceso es la base engañosa  de la comunicación visual, tan engañosa que un exceso puede ocultar otros excesos o particularidades. Volvamos a la imagen superior y es muy probable que nadie haya notado que el personaje de la gran nariz y los grandes ojos, es también el único que sonríe aunque esa sonrisa esté opacada por un exceso más excesivo: su nariz, algo que para lo visual es más significativo, aunque para los afectos y emociones no lo es.

También podemos pensar que nosotros somos para los demás y para nosotros mismos un exceso de algo, de una historia, una experiencia o un recurso que cruza nuestra vida. ¿Qué nos acordamos de nuestra vida? Momentos que exceden lo cotidiano, experiencias magnificadas o demasiado intensas para ser olvidadas.

Esto se debe a que el exceso también es el que define la particularidad y la expresión de nuestro deseo. El exceso es lo único que nos hace únicos porque retrata la síntesis más significativa de la articulación de experiencias e intereses que se cruzan en nuestra vida, formando lo que somos. Así, ¿Qué somos? Un exceso.

© Sebastian Guerrini, 2015