¿Qué queda de un individuo o una sociedad sin el deseo de querer ser otra cosa?
¿Qué queda de nosotros sin el objetivo de mejorar, sino un presente eterno sin horizontes o expectativas?
¿Qué queda para un burro que tira de su carro si no cree en conseguir la zanahoria que cuelga delante de sus ojos?
¿Qué hace que la gente deje la comodidad de sus hogares para enfrentar riesgos en la búsqueda de algo concreto, solo por buscar el cumplimiento de sus ilusiones, fantasías y deseos?


Una respuesta sería que lo que nos mueve es tratar de satisfacer a otros. A otros que supuestamente esperan de nosotros que logremos esas metas. De esta forma, y sin nosotros darnos cuenta, pasamos nosotros mismos a convertirnos en los objetos que imaginamos alguien desea: ser un ser amado por otros, una persona reconocida por otros, una persona que hace el bien a otros, etc. Solo algo que sea deseado por nuestros otros.

 

Por otra parte, para llegar a eso necesitamos desear y poseer cosas concretas. Es decir que haya testimonio y goce de hallar algo que premie nuestro éxito. Porque desde esa materialidad, nuestro deseo podrá ahora ser asido. Cosas que sean expresadas y entendidas, verbalizada e internalizada por nosotros y los otros. Ahora, y según nuestra motivación, podemos desear a una mujer u hombre en particular y no solo desear amar y ser amado; de ambicionar ganar algo y no solo desear ser reconocido; de trabajar por una sociedad más justa y con menos pobres y no solo pretender hacer el bien, etc.

 

A su vez, también podemos ver que «el objeto es la causa del deseo» (Lacan, 2004: 114), porque el objeto es también el medio que dispone el deseo para estar presente. Parecería que el deseo sin la forma ni el cuerpo de un objeto, se desvanece.
 


© Sebastián Guerrini, 2009