A veces hay un momento en que el trabajo de diseño de marcas permite expresar algo más que una estrategia de imagen. Son esos pocos momentos en donde uno se encuentra movilizado emocionalmente con su trabajo para explorar recursos alternativos y materiales nuevos desde donde comunicar cosas.

Eso me sucedió en un trabajo de instalación y comunicación que realicé para una vinería. En este encargo, propuse la construcción de un símbolo que sea fácilmente identificable, ubicable y del que la gente del lugar hablase. Así sugerí construir una escultura corporativa con el nuevo esquema de identidad visual que les había diseñado.

Por mi parte, hacía tiempo que necesitaba trabajar desde algo material. El diseño de símbolos tiene su magia, pero lo tangible de los objetos me produce una energía única. En esa etapa, recién había terminado mi tesis de doctorado y era el tiempo ideal para mí de construir algo corpóreo, de pelearme con materiales más que con ideas.

Técnicamente, quería trabajar con fibra de vidrio ya que nunca lo había hecho y me intrigaba que podía sacar de ello.

Comenzó el trabajo: primero hice una maqueta en cartón de unos 35 centímetros de la futura escultura de 3,5 metros de alto, la que fue aprobada por el cliente. Luego me contacté con una persona que construía y reparaba botes y carcasas de fibra y de él aprendí la lógica del material. Además fue él quien copió cada botella y quien nos ayudó en todo el proceso.

A partir de su consejo construimos junto con mi asistente Lucía Spain un esqueleto de madera, al cual forramos con una placa de madera liviana y alambre tejido en las partes curvas. Cubrimos con enduído los empalmes y luego pintamos todo con varias capas de esmalte. Esa fue la forma madre, la cual funcionó como molde. Desde ese molde se copiaron 4 botellas.

Esas cuatro botellas eran iguales, no tenían rasgos particulares lo que me permitió en la segunda etapa humanizar a cada una para darle riqueza al conjunto. De esta forma, cada botella se cortó a distinta altura para que el ritmo visual del grupo sea el que me interesaba. Después trabajé con masilla las facciones de una en una, manteniendo cierta tosquedad en la terminación, con el fin de disimular la frialdad que da una forma tan perfecta como la que brinda la fibra de vidrio pulida.

Cuando cada botella estaba lista, comenzamos a pegar texturas a cada botella: la primera quedó liza, la segunda con telas rasgadas, la tercera con franjas de estopa y la cuarta con hilos rústicos. Una vez fijados estos materiales, se los impregnó con resina líquida para que sean impermeables a la intemperie y puedan durar más de cinco años (lo que sucedió).

Luego se pegaron las botellas entre si y el conjunto se fijó  y atornilló a un bloque de hormigón construido en el sitio. Para evitar el impacto del viento, se rellenó parte del interior de la estructura con piedras y arena, lo que permitió que no sufriera caídas o rajaduras. Finalmente se pintó con varias capas de esmalte a cada botella en particular y con aerosol se acentuó la particularidad de cada textura.

En paralelo con la escultura, construimos una serie de estanterías para ciertos vinos selectos. Estas vitrinas semejaron toneles de madera, las cuales fueron humanizadas recortando su terminación. El trabajo de madera fue realizado por Esther Lamas.

Como balance, estas construcciones sumadas a la selección del color del local y al diseño de los elementos gráficos tradicionales, logaron por un lado integrar cada mensaje de la vinería en un  todo coherente.

Por otro lado, me permitió expresarme libremente desde mi trabajo, algo que en ese momento necesitaba.

Sebastian Guerrini